Cuando venga el plomero
Nuestra mesa de luz no es una mesa de luz, es una
cajonera de cuatro cajones y el tercer cajón contando desde arriba falta, es
decir, no falta pero está en el baño con las piedritas del gato. En realidad el
gato no es gato sino gata y duerme encerrada en el baño porque si no rasca la
puerta del cuarto y maúlla para entrar y así yo no puedo dormir. La puerta del
baño también la rasca pero no se escucha porque está más lejos y porque cuando
dormimos dejamos prendido el ventilador por los mosquitos, para que vuelen pero
no puedan aterrizar por el viento. El ventilador hace un zumbido leve, mucho
más ameno y persistente que el del mosquito que viene hasta la oreja, se va,
viene y se va. Encima de la cajonera tengo el paf, un broncodilatador rojo que
manoteo cuando el oxígeno no me llega a la cabeza y también tengo una linterna,
para buscar y matar mosquitos sin que ella se despierte porque el ventilador no
es cien por ciento eficiente y a veces los mosquitos consiguen aterrizar. Dolores
no escucha nada porque duerme con tapones en los oídos, los rulos desparramados
sobre la almohada, la remera vieja del pato Donald que usa como camisón y
saliendo de entre los rulos el cordón naranja de los tapones de los oídos. Sobre
la cajonera también tengo una esponja adentro de un vaso verde y un spry con
detergente, para limpiar la pared antes de que se seque la sangre del mosquito
muerto. La pared es blanca con pintura lavable y la linterna también me sirve
para iluminarla al ras y controlar que no quede ninguna mancha. A las nueve
viene Tate, nuestro amigo plomero y más vale que duerma algo. Estiro el brazo
bajo la sábana, saco la mano y la aprieto contra mi oreja. Fallo. Maldita casa
que compramos enamorados del tobogán en la pileta. La luz de la luna entra por
la ventana y alumbra los frascos sobre la mesa de luz. Me gustaría aprovechar
este momento de paz en que el mosquito se fue a visitar a la parentela y trato
de todas las maneras posibles de relajarme, de no escuchar el silbido de mis
bronquios, de respirar como hacen los yoguis, con el vientre, para no llegar a
usar el paf que es un medicamento y como todo medicamento inhibe la defensas
del propio cuerpo. Pero la cabeza es una díscola y se me va para cualquier
lado. Por ejemplo ahora me parece escuchar el motor diesel de la camioneta del
Tate. Tiene que venir a las nueve, miro el reloj, son la cuatro cuarenta.
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